La colaboración es invocada en tiempos recientes como una figura relacional que resulta necesaria para el estudio antropológico de nuestra contemporaneidad. Si bien esta reclamación de una antropología articulada a través de la colaboración no es nueva, sí resulta novedosa las articulaciones específicas que adopta en nuestra contemporaneidad, como los ejercicios de colaboración experimental a través de los cuales antropólogos y sus contrapartes construyen problematizaciones conjuntas.
El trabajo de campo ya no es lo que era, así lo han argumentado algunos autores que señalan profundos cambios en nuestras formas de hacer etnografía (Faubion et al. 2009). El estudio de nuestra contemporaneidad parece demandar de la etnografía toda una serie de adaptaciones, entre las cuales emerge el impulso por superar a través de la colaboración las asimetrías implícitas en las relaciones entre antropólogas y sus contrapartes (Holmes y Marcus, 2008; Konrad, 2012). La reflexión no es nueva y se prolonga desde hace varias décadas en la disciplina, aunque sí lo son los modos específicos a través de los cuales se articulan esas colaboraciones y la manera de entender y conceptualizar esas relaciones en la época actual.
La invocación a la colaboración puede entenderse en un contexto amplio en el cual esta forma relacional se ha convertido en una figura extendida: activistas que aspiran a sustituir las relaciones jerárquicas por organizaciones horizontales, artistas que transforman a quienes antes eran sus públicos en colaboradores o instituciones que hacen de la colaboración institucional el distintivo de sus políticas y proyectos. A pesar de la diversidad de esos contextos, la colaboración es investida con una serie de virtudes que Monica Konrad (2012) ha sintetizado como una mayor atención al trabajo de los otros, formas de actividad más efectiva y la producción de beneficios mutuos, estas son algunas de las cualidades que se le atribuyen a esa figura relacional.
Las llamadas insistentes a la colaboración en múltiples ámbitos sociales pueden entenderse por lo tanto como un fenómeno epocal, indicador de ciertas sensibilidades ético-políticas, formas organizacionales y modos epistémicos que se desarrollan de manera distintiva en nuestra contemporaneidad. Las invocaciones actuales a la colaboración en la antropología pueden comprenderse también en ese contexto histórico, como el efecto de transformaciones de nuestros mundos sociales que resuenan en las prácticas disciplinares de la antropología. En el caso de esta disciplina, la orientación hacia lo colaborativo es un claro indicador de reorientaciones de amplio alcance en la sensibilidad etnográfica contemporánea de la disciplina.
Frente a la retórica de novedad, no es difícil afirmar, sin embargo, que la antropología tiene una larga historia de colaboración con aquellos pueblos y sociedades que ha estudiado. Hacer etnografía requiere que acepten la presencia de uno y que nuestros interlocutores se presten a las muchas y diversas solicitudes (formales e informales) que una antropóloga hace durante su trabajo de campo: pedimos que nos relaten ciertos hechos pasados, demandamos entrevistas, solicitamos estar presentes en este o aquel acontecimiento… La realización de etnografías ha requerido históricamente lo que podríamos describir como la colaboración de nuestras contrapartes en el campo. Pudiera parecer que esta afirmación se contrapone con lo dicho anteriormente al señalar la emergencia de la colaboración como figura relacional distintiva de la contemporaneidad, sin embargo, lo que evidencia es la variabilidad de las formas de colaboración y las distintas maneras de entender y practicarla.
Desde los primeros relatos antropológicos basados en informantes clave, pasando por la recopilación de narraciones de terceros realizadas por antropólogos de gabinete (arm-chair anthropologists), hasta las prácticas de trabajo de campo más actuales, los antropólogos siempre han dependido de otros para la producción de conocimiento (Stull y Schensul, 1987). La antropología de los pueblos originarios norteamericanos es un ejemplo del papel fundamental que los informantes clave han desempeñado en la disciplina. Luke Eric Lassiter (2008) ha descrito cómo, de Lewis Henry Morgan a Franz Boas, el trabajo de estos informantes clave no se redujo simplemente a proporcionar información. George Hunt, miembro del pueblo Kwakiutl con el que Boas trabajó, fue fundamental en las actividades de traducción e incluso en la escritura de textos de los que fueron co-autores. Aunque explicitado en algunos trabajos antropológicos clásicos, ese reconocimiento ha sido siempre una excepción antes que una norma.
Franz Boas realizando una demostración de una danza ritual de los Kwaklutl, en el National Museum of Natural History (c.f. 1895).
Podemos reconocer entones la condición colaborativa que implica cualquier etnografía, pero lo cierto es que sería también necesario matizar esa caracterización. Aunque Boas co-escribió numerosas de sus obras con Hunt, el examen detallado de esa relación revela que el segundo estaba a sueldo y ejercía de asistente de Boas, quien marcaba la agenda de trabajo. Describir este tipo de vinculación como colaboración requiere, pues, clarificar y cualificar la relación asimétrica y el acto extractivo que la caracteriza: son relaciones atravesadas por una profunda asimetría entre un (otro) informante y un antropólogo informado. En un intento por establecer una heurística que distinga diferentes tipos de colaboración hemos sugerido designar este tipo de relación como ‘colaboración modo 1’.
En la década de los ochenta, como parte de los intentos por renovar y revigorizar la disciplina, la colaboración fue reclamada como un medio para crear formas antropología implicada (engaged anthropology) o etnografías activistas más comprometidas, una estrategia metodológica que permitiría a los antropólogos articular su responsabilidad ética con las comunidades estudiadas. Querría destacar dos rutas diferentes en estas invocaciones a la colaboración, de un lado etnografías que señalan el momento y lugar del trabajo de campo como el locus óptimo para la colaboración. En estos casos, la colaboración se entiende como una estrategia para establecer relaciones simétricas y horizontales con las contrapartes en el campo. Para Nancy Scheper-Hughes (1995) esta forma de colaboración implica un intento de involucrar y empoderar a las comunidades marginadas. Se trata de una práctica antropológica en la que el proyecto etnográfico deja de tener primacía, como ocurrió en su caso al asumir distintas estrategias de implicación como: denuncias mediáticas, testimonios de situaciones de opresión y todo tipo de formas de trabajo comunitario.
Bien como modo de implicación comunitaria o mediante formas de escritura conjunta, hemos llamado a este tipo de trabajo de campo atravesado por un compromiso político o ético ‘colaboración modo 2’. Mientras que el modo 1 de colaboración presta atención a la condición asimétrica del flujo de información durante el trabajo de campo, el modo 2 de colaboración señala la capitalización de la información por antropólogos y propone como solución buscar una relación simétrica que se haga cargo del compromiso ético y político de la antropóloga. Cada uno de esos modos señala lugares específicos para la colaboración (el campo o la representación), prácticas concretas (el suministro de datos o la escritura) y motivaciones (producción de información o compromiso ético). Aunque esta breve descripción señala un vector cronológico, esta tipología no demarca etapas históricas sino formas distintivas de entender el locus, significado y práctica de la colaboración (*1). En tiempos recientes hemos visto otras maneras de concebir y practicar la colaboración etnográfica, una que busca superar la asimetría tradicional de nuestras etnografías sin invocar de manera explícita (que no significa que no lo tenga) el compromiso político con sus contrapartes (*2), nos hemos referido a ella como ‘colaboración modo 3’, una práctica etnográfica de contornos experimentales que describimos como una ‘colaboración experimental’ (Sánchez Criado y Estalella, 2018).
Bronislaw Malinowski durante su trabajo de campo en las islas Trobriand.
Colaboraciones experimentales
Esta es una forma de colaboración que pretende superar la asimetría tradicional de nuestras etnografías sin invocar necesariamente el compromiso político con sus contrapartes. Diría que el tipo de colaboración desarrollada, por ejemplo, en el proyecto The Asthma Files de Kim y Mike Fortun puede caracterizarse en estos términos. En muchos casos, estas experimentaciones no producen relaciones horizontales ni implican el borrado de diferencias (disciplinarias, sociales, etc.), al contrario, a menudo surgen a partir de un trasfondo de fricciones, diferentes conocimientos, diversidad epistémica y malentendidos sociales. En lugar de describir las relaciones de campo mediante nociones de solidaridad y equidad, la colaboración se expresa aquí mediante situaciones experimentales y tentativas, sobre todo ello nos hemos extendido en otro lugar (Estalella y Sánchez Criado, 2018). En estos ejercicios los interlocutores de la antropóloga ya no son simples informantes porque unos y otras se involucran en exploraciones conjuntas que hacen de ellas lo que llamamos ‘acompañantes epistémicos’: contrapartes que se embarcan en el proyecto de construir conjuntamente problematizaciones antropológicas (joint problem making).
El concepto de colaboraciones experimentales nos permite describir la práctica antropológica como un ejercicio de diseño de las condiciones que nos permiten pensar y problematizar conjuntamente el mundo con nuestras contrapartes etnográficas. Un trabajo esforzando que resulta posible a través de dispositivos específicos para la problematización del mundo, esos que hemos llamado dispositivos de campo. Me gustaría pensar que las antropologías multimodales señalan modos de indagación articulados a través de colaboraciones de este tipo que nos abren a la experimentación con los modos de análisis y representación del conocimiento antropológico.
Los casos de proyectos antropológicos que exploran nuevas modalidades de colaboración para el trabajo antropológico son abundantes en tiempos recientes. El volumen sobre colaboraciones experimentales en la etnografía editado junto a Tomás Sánchez Criado (Estalella y Sánchez Criado, 2018) reúne un conjunto de proyectos en los cuales antropólogos y antropólogas se internan en colaboraciones diversas con artistas, científicos, diseñadores o técnicos de la administración pública. Todos ellas se esfuerzan por desarrollar el vocabulario conceptual para dar cuenta de esos proyectos etnográficos en los que las relaciones pueden estar cargadas de fricciones y malentendidos, pueden requerir de infraestructuras diversas para desarrollarse o de un esmerado cuidado de los eventos en los que el antropólogo se encuentra con sus interlocutores.
Esta sección es una traducción y adaptación de la introducción escrita junto a Tomás Sánchez Criado para el libro ‘Experimental Collaborations. Ethnography through Fieldwork Devices’ (Berghahn, 2018), puede encontrarse completa aquí: ‘Introduction: Experimental collaborations’.
NOTAS
(*1) Esta clasificación es puramente heurística y no pretende valorar ni criticar los trabajos etnográficos realizados siguiendo uno u otro modo, únicamente pretendemos enfatizar los diferentes entendimientos que muy a menudo se dan al concepto de colaboración cuando este se invoca en antropología.
(*2)Resulta necesario hacer una importante aclaración. Aunque muchas de estas etnografías no invocan el compromiso político que los antropólogos y antropólogas tienen con sus contrapartes en el campo, hay en ellas muy a menudo una clara concepción de las implicaciones políticas que tiene su práctica en el campo y un compromiso político determinado. Sin embargo, la manera de entender la política y articular el compromiso de la actividad profesional es diferente. Se trata más bien de una política epistémica que reconoce los efectos políticos que nuestros conceptos, análisis y relatos tienen sobre el mundo. Hay un segundo aspecto importante, que una investigación no invoque su compromiso ético o político no significa que no lo tenga. El compromiso político de una investigación no puede reducirse a la retórica de la política, que no exista esa retórica explícita no significa que no haya compromiso.
Referencias
Estalella, A, T Sánchez Criado. 2018. Experimental Collaborations. Ethnography through Fieldwork Devices. New York, Oxford: Berghahn.
Faubion, James D, and George Marcus. 2009. “Fieldwork Is Not What It Used to Be. Learning Anthropology’s Method in a Time of Transition.” Ithaca, NY: Cornell University Press.
Holmes, D, and G E Marcus. 2008. “Collaboration Today and the Re-Imagination of the Classic Scene of Fieldwork Encounter.” Collaborative Anthropologies 1: 136–70.
Konrad, M. 2012. Collaborators Collaborating. Counterparts in Anthropological Knowledge and International Research Relations. New York and Oxford: Berghahn.
Scheper-Hughes, Nancy. 1995. “The Primacy of the Ethical: Propositions for a Militant Anthropology.” Current Anthropology 36, no. 3: 409–440.
Stull, Donald, and Jean J Schensul. 1987. Collaborative Research and Social Change: Applied Anthropology in Action. Boulder, CO: Westview.
IMAGEN DE CABECERA: Espacio autogestionado ‘Esta es una plaza’, en el madrileño barrio de Lavapiés, la imagen muestra un taller del proyecto Ciudad Huerto, un proyecto de pedagogía urbana del que ha sido parte y promotor Adolfo Estalella,. desarrollado en Madrid entre 2015 y 2021 (Ciudad Huerto).